
Era la primavera de 1988 y un rumor corría por las calles de Santander: en apenas un año el número de ancianas encontradas muertas en sus domicilios se había disparado. ¿Era posible que hubiesen sido asesinadas? ¿Andaba suelto un asesino en serie? Así lo creían varios periodistas de El Diario Montañés, que se hicieron eco del Rumor y publicaron varios artículos en los que se especulaba sobre la existencia de un posible asesino de ancianas. A pesar de que en un principio se tachó a este diario cántabro de sensacionalista, las autoridades empezaron a indagar y descubrieron tres casos archivados como muertes naturales en los que los forenses habían notificado la presencia de abusos sexuales. Al investigar sobre la vida de estas mujeres descubrieron que tenían algo en común: las tres habían hecho reformas justo antes de fallecer y en el domicilio de una de ellas se encontró la tarjeta de visita de un albañil: José Antonio Rodríguez Vega. Y cuando fueron a interrogarlo acabó confesando un total de 16 asesinatos. Hoy os cuento la historia de uno de los asesinos en serie españoles más importantes, el conocido como ‘Mataviejas de Santander’.
José Antonio Rodríguez Vega nació el 3 de diciembre de 1957 en Santander. Era el cuarto hijo de un matrimonio humilde y viviría desde muy pequeño en un entorno lleno de violencia y malos tratos, propinados tanto por sus padres como por su hermano mayor que, como el padre, era alcohólico y tremendamente violento. Cuando tenía apenas 8 años, una amiga de la familia, una mujer viuda de 50 años, comenzó a abusar sexualmente de él: los abusos se prolongarían durante tres meses y generarían en José Antonio sentimientos de odio y al mismo tiempo una atracción sexual hacia su abusadora y hacia su propia madre.
De ser un niño tímido y retraído pasa a convertirse en su adolescencia en un joven carismático, de buen aspecto, que encandila con su personalidad, pero lo cierto es que escondía un lado violento que no dudaba en mostrar en el hogar: en una ocasión golpeó a su madre y a su hermana porque no se ponían de acuerdo sobre qué programa ver el la TV y con 18 años tiró a su padre, en silla de ruedas, desde lo alto de unas escaleras, hecho que ocasionó que su madre lo echara de casa. Es entonces cuando decide casarse con María Socorro, su novia desde los 14 años, una decisión que contaría con la firme oposición de ambas familias y que generaría en José Antonio un profundo odio a su madre y a su suegra. Como os podréis imaginar el matrimonio no salió bien: era violento y en una ocasión pegó a su bebé debido a que éste lloraba y “no lo dejaba dormir”. Pero la gota que colmó el vaso y acabó con su matrimonio fue su detención el 17 de octubre de 1978 cuando fue identificado como “el violador de la moto” y fue acusado de violar a tres mujeres y de intentarlo con otras dos, aunque los investigadores sospecharon que había muchas más víctimas. Fue encarcelado pero lo que ocurrió os sorprenderá: y es que el código penal de la época permitía la nulidad de la sentencia en algunos casos si la víctima perdonaba a su agresor. José Antonio escribió cartas a sus cinco víctimas y les pidió perdón: 4 de ellas se lo concedieron y su sentencia se redujo a 8 años.
No mucho después de salir de prisión empezaría a matar. Su primera víctima se llamaba Victoria Rodríguez, una mujer de 61 años que vivía sola sobre la que se abalanzaría y afixiaría en una de sus visitas. En tan solo un año acabaría con la vida de 16 mujeres de entre 61 y 93 años de edad, que vivían solas y de las cuales se ganaba su confianza. Cada víctima era escogida minuciosamente: las vigilaba, comprobaba que vivían solas, anotaba sus horarios, las seguía y se presentaba en su casa haciéndose pasar por electricista, albañil o técnicos de televisores. Una vez en su casa las elogiaba y les proponía mantener relaciones sexuales buscando que lo rechazaran. Una vez eso pasaba, les tapaba la boca y las asfixiaba, dejándolas tumbadas sobre sus camas con las manos colocadas sobre su pecho, simulando un paro cardíaco. Como os he dicho antes todas las muertes fueron catalogadas como muertes por causas naturales pero los familiares de las víctimas vieron evidentes signos de violencia y además echaron en falta algunas de sus pertenencias. Los rumores se extendían por toda la ciudad y cuando los investigadores investigaron los tres casos en los que las víctimas presentaban signos de haber sido agredidas sexualmente dieron con la tarjeta de visita de José Antonio Rodríguez Vega que confesó, para sorpresa de todos, ser el autor de un total de 16 asesinatos en la ciudad. Cuando registraron su domicilio descubrieron con horror una habitación pintada de rojo llena de “recuerdos” de sus víctimas: se había quedado con sus joyas, con sus dentaduras postizas, con ropa y hasta con sus televisores.
Pese a haberse declarado culpable en el juicio lo negó todo y declaró que todo había sido culpa de su madre y de su suegra. El 5 de diciembre de 1991 fue condenado a 440 años de prisión. Su egocentrismo y su arrogancia, unido al rechazo que este tipo de delitos provocan en prisión lo convirtieron en un preso poco apreciado por sus compañeros: debido a sus constantes conflictos fue trasladado de prisión hasta en diez ocasiones. Solía presumir de que se haría rico una vez saliese de prisión contando su historia a los medios. Esto no ocurrió: el 24 de octubre de 2002 fue apuñalado por dos presos en la cárcel de Topas de Salamanca. Recibió 113 puñaladas. Pocas me parecen. Y hasta aquí el hilo de hoy.
Os dejo la bibliografía: